sábado, 10 de diciembre de 2011

El color de los sueños



 


Lo que importa

¿Qué decís? ¿Que es inútil? Ya lo daba por hecho.
Pero nadie se bate para sacar provecho.
No, lo noble, lo hermoso es batirse por nada.
Aunque vengáis a cientos no temblará mi espada.
Y sí, ya os reconozco. Sois mis viejos rivales.
¿La mentira? Pues toma. Los pactos inmorales,
los prejuicios, la envidia... ¿Que si firmo una tregua?
¡Jamás! Ah, la idiotez, te conozco a la legua.
Sé muy bien que esta guerra me la vais a ganar,
pero vencer no importa. Lo que importa es luchar.


Edmond Rosttand (1897). Cyrano de Bergerac. Acto quinto. Escena VII.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Yo seguiré siendo maestro y tú, un carcelero

Zeus, el Dios de los Dioses, ordenó detener al desobediente Prometeo. Así empezó tu historia y también la mía. Tú representas la herencia de los carceleros de Zeus, y, por lo tanto, eres prisionero, día tras día, de los hijos del Sol y de la Luz. Para ti y para mí, la cárcel tiene un significado distinto: somos dos individuos; cada uno a un lado de la pared, con una puerta de hierro y un ventanuco en medio; tú fuera de la celda, yo dentro.

Ahora conozcámonos mejor. Yo soy maestro… No, no…; yo soy alumno de Samad Behrangui (1), aquel que escribió Olduz y los cuervos, y El Pececito Negro, para que todos aprendiéramos a caminar. ¿Le conoces? Ya sé que no le conoces. También soy alumno de Khanali, aquel que nos enseñó a dibujar un sol en la pizarra para que sus rayos espantaran a los murciélagos. ¿Sabes quién era? Y soy compañero de Bahman Azizi, aquel hombre que siempre olía a lluvia, aquel hombre que la gente de Kermanshah y sus alrededores sigue recordando cuando comienza a llover en otoño. ¿Tienes alguna idea de quién era? Ya me imagino que no lo sabes.

Sí, soy maestro y he heredado de mis alumnos la sonrisa y la curiosidad por preguntar.

Ahora que ya me has conocido, háblame de ti, de quiénes eran tus compañeros, de quién has heredado la ira y el odio que llevas dentro. ¿Quién te ha dado las esposas y las cadenas? ¿Son de los calabozos de Zohak (2)? Háblame de ti. ¿Quién eres? No sólo no me asustas con tus esposas, cadenas y latigazos, sino que las gruesas paredes de la celda 209, los ojos electrónicos que me vigilan, las férreas puertas… ya no me dan miedo. No te enfades, no grites, no me golpees con el puño en el corazón, porque mantengo la cabeza alta.

No me pegues porque canto; soy kurdo y mis antepasados me han dejado en los cantos e himnos el recuerdo de su amor, su sufrimiento, su lucha, su existencia… Tengo que cantar y tú tienes que escuchar mi canto, aunque sé que te molesta. No me pegues porque al andar se escuchan mis pasos; mi madre me ha enseñado a que los pasos hablen con la tierra; entre la tierra y yo hay un trato, una conexión que lleno de belleza y sonrisas. Déjame, pues, que pasee, déjame que oiga mis pasos, déjame que la tierra sepa que todavía estoy vivo y tengo esperanza.

No me prives de papel y pluma; quiero escribir nanas a los niños de mi tierra, repleto de esperanza, de los cuentos de Samad y su vida, de Khanali y sus deseos, de Ezati y sus alumnos… Quiero escribir, quiero hablar con mi gente desde mi celda, desde aquí mismo. ¿Entiendes lo que digo? Sé que te han enseñado a odiar la luz, la belleza y el pensamiento. Pero no tengas miedo; entra en mi celda, estás invitado a mi gastado y pequeño mantel. Mira cómo yo invito a mis alumnos, todas las noches, cómo les cuento cuentos…, pero a ti no te permiten ver, no te permiten escuchar. Tienes que enamorarte, tienes que convertirte en un ser humano, tienes que estar a este lado de la pared para entender lo que yo digo.

Mírame y entenderás la diferencia que hay entre los dos. Yo todos los días dibujo las manos de mi amada sobre la pared de la celda. Cojo sus manos y siento el calor de la vida, y leo en sus ojos el entusiasmo, la espera; pero tú, todos los días, con tu porra, rompes esos dedos dibujados en la pared, sacas esos ojos que esperan y emborronas la pared de negro. Tu mundo y tu cárcel siempre estarán oscuros, siempre te molestará el don de la luz. Hace meses que espero ver un cielo estrellado, un jardín de estrellas que rompa la oscuridad con senderos que van de un lado al otro del cielo. Pero tú llevas años viviendo en la oscuridad, tu noche no tiene estrellas. ¿Sabes qué significa un cielo sin estrellas? ¿Qué significa un cielo siempre en la oscuridad?

Esta vez, cuando haya vuelto a la 209, entra en mi celda, tengo algunos deseos para ti, no del mismo color de tus oraciones que siempre están llenas de fuego y miedo al infierno. Mis deseos están repletos de esperanza, sonrisas y amor. Entra en mi celda para que te hable del orgullo de mi última sonrisa al pie de la horca. Sé que de nuevo seré el preso de la 209, mientras tú, con tu alma llena de odio, me seguirás gritando. Y yo volveré a sentir lástima por ti y por el pobre mundo que han creado a tu alrededor; seguiré siendo un maestro con la sonrisa de mis niños en los labios.

Farzad Kamangar, maestro condenado a pena de muerte. Sección de Presos Infecciosos de la cárcel de Rajaai Shahr de Karach.


(1) Destacado pedagogo y escritor del Azerbaiyán iraní, cuyo principal libro –El Pececito Negro– ha sido editado en castellano.

(2) Monstruo-tirano de la mitología kurda.



Farzad Kamangar (1978 - 9 de mayo de 2010)

Cortesía de cuartopoder.es

El circo de la mariposa




Nick Vujicic

El contrato

Amueblaos la mente

Tenéis que estudiar y que aprender para poder llegar a vuestras propias conclusiones sobre la Historia y sobre todo lo demás, pero no podéis llegar a conclusiones si tenéis la mente vacía. Amueblaos la mente, amueblaos la mente. Es vuestro tesoro y nadie en el mundo puede entrometerse en ella. Si os tocase la lotería y os compraseis una casa que necesitase muebles, ¿la llenaríais de trastos viejos de la basura? Vuestra mente es vuestra casa y si la llenais de basura de los cines se os pudrirá en la cabeza. Podéis ser pobres, podéis tener rotos los zapatos, pero vuestra mente es un palacio.


Frank McCourt. (1996) Las cenizas de Ángela.

domingo, 30 de octubre de 2011

El meñique derecho de Dios

   EN SU LIBRO La vida del cosmos, que todo el mundo debería leer, Lee Smolin da la mejor descripción que he leído nunca de cómo nuestro universo emergió de un equilibrio sorprendentemente preciso de diferentes constantes fundamentales. La masa del protón, la fuerza de la gravedad, el ámbito de la fuerza nuclear débil y unas pocas docenas más de constantes fundamentales determinan por completo qué tipo de universo surgirá de un Big Bang. Si estos valores hubieran sido incluso ligeramente diferentes, el universo habría sido un enorme océano de gas tibio o un nudo caliente de plasma o alguna otra cosa básicamente poco interesante -pura filfa, en otras palabras-. El único modo de obtener un universo que no sea filfa -que tenga estrellas, elementos pesados, planetas y vida- es calcular bien los números básicos. Si hubiera algún ordenador, en algún lugar, que pudiera escupir universos con valores aleatoriamente escogidos para sus constantes fundamentales, por cada universo como el nuestro produciría 10229 universos fallidos.

    Aunque no me he sentado a hacer el cálculo, a mí esto me parece comparable a la probabilidad de hacer que un ordenador Unix haga algo útil entrando en un tty e introduciendo líneas de comando cuando te has olvidado de todas las opciones y palabras clave. Cada vez que tu meñique pulsa la tecla ENTER, lo estás intentando. En algunos casos el sistema operativo no hace nada. En otros casos borra todos tus archivos. En la mayoría de los casos simplemente te da un mensaje de error. En otras palabras, obtienes muchas filfas. Pero a veces, si lo haces todo bien, el ordenador rumia durante un rato y luego produce algo como emacs. De hecho, genera complejidad, que es el criterio de Smolin para la propiedad de resultar interesante.

    No sólo eso, sino que además parece que, una vez que vas por debajo de cierto tamaño -mucho más abajo del nivel de los quarks, al ámbito de la teoría de supercuerdas- el universo no puede describirse con la física que se practica desde tiempos de Newton. Si se mira a una escala lo bastante pequeña, se ven procesos que parecen de naturaleza casi computacional.

    Creo que el mensaje está muy claro: en algún lugar fuera y más allá de nuestro universo hay un sistema operativo, codificado a lo largo de incalculables periodos de tiempo por algún tipo de demiurgo-hacker. El sistema operativo cósmico usa una interfaz de línea de comandos. Se ejecuta en algo parecido a un teletipo, con montones de ruido y calor; los bits introducidos revolotean a la papelera como estrellas fugaces. El demiurgo está sentado frente a su teletipo, introduciendo una línea de comando tras otra, especificando los valores de las constantes fundamentales de la física:

root@god:~# universe -G 6.672e-11 -e 1.602e-19 \
-h 6.626e-34 --protonmass 1.673e-27....

y cuando acaba de escribir la línea de comandos, su meñique derecho titubea sobre la tecla enter durante uno o dos eones, preguntándose qué va a pasar; luego cae -y el boom que se oye es otro Big Bang.

   Ese sí que es un sistema operativo chulo, y si estuviera disponible en Internet (libre, por supuesto) todos los hackers del mundo se lo descargarían enseguida y se pasarían toda la noche enredando, escupiendo universos a diestro y siniestro. La mayoría serían universos bastante sosos pero algunos serían simplemente asombrosos. Porque los que esos hackers estarían tratando de conseguir sería algo mucho más ambicioso que un universo con unas pocas estrellas y galaxias. Cualquier hacker corrientucho podría hacer eso. No, el modo de labrarse una gran reputación en Internet sería ser tan bueno con la línea de comandos que los universos desarrollaran vida espontáneamente. Y una vez que el modo de conseguir eso se convirtiera en un conocimiento común, esos hackers irían más allá, tratando de hacer que sus universos desarrollaran el tipo adecuado de vida, tratando de hallar el único cambio en el n-ésimo lugar decimal de una constante física que nos daría una Tierra en la que, pongamos, aceptaran a Hitler en la Escuela de Bellas Artes después de todo, y acabara como artista callejero con curiosas opiniones política.


    Incluso si esa fantasía se volviera realidad, sin embargo, la mayoría de los usuarios (incluyéndome a mí mismo, algunos días) no querrían molestarse en aprender todos esos arcanos comandos, y pugnar con todos los fracasos; unos pocos universos fallidos realmente pueden atiborrarte el trastero. Tras pasar un rato introduciendo líneas de comando y pulsando la tecla enter y engendrando aburridos universos fallidos, empezaríamos a desear que hubiera un sistema operativo que fuera todo lo contrario: un sistema operativo que tuviera la potencia para hacerlo todo: para vivir nuestra vida por nosotros. En este sistema operativo, todas las decisiones posibles que tuviéramos que tomar habrían sido predeterminadas por astutos programadores, y condensadas en una serie de cuadros de diálogo. Pulsando en botones de radio podríamos escoger de entre opciones mutuamente excluyentes (HETEROSEXUAL/HOMOSEXUAL). Las columnas de cuadritos a tachar nos permitirían seleccionar las cosas que quisiéramos en nuestra vida (CASARSE/ESCRIBIR LA GRAN NOVELA AMERICANA) y para las opciones más complicadas podríamos rellenar cuadritos de texto (NÚMERO DE HIJAS:NÚMERO DE HIJOS).

    Incluso esta interfaz de usuario empezaría a parecer tremendamente complicada pasado un tiempo, con tantas opciones y tantas interacciones ocultas entre opciones. Se volvería casi inmanejable -el problema del doce parpadeante de nuevo-. La gente que nos la proporcionó tendría que proporcionar también asistentes y plantillas, dándonos unas pocas vidas por defecto que pudiéramos usar como base para diseñar la nuestra. Lo más probable es que estas vidas por defecto le parecieran bastante buenas a la mayoría de la gente, de todas formas, así que les fastidiaría enredar con ellas por miedo a empeorarlas. Así que, tras unas pocas versiones, el software sería aún más simple: lo iniciarías y te presentaría un cuadro de diálogo con un único botón grande en medio etiquetado: vivir. Una vez pulsaras ese botón, empezaría tu vida. Si algo fuese mal, o no respondiese a tus expectativas, podrías quejarte al Departamento de Atención al Cliente de Microsoft. Si te atendiese un empleado de atención al público, te diría que tu vida iba bien, que no le pasaba nada y que en cualquier caso irá mucho mejor con la próxima actualización. Pero si insistieras, y te identificaras como avanzado, podrías hablar con un ingeniero de verdad.

    ¿Qué diría el ingeniero, una vez hubieras explicado tu problema y enumerado todas las insatisfacciones de tu vida? Probablemente te diría que la vida es una cosa muy difícil y complicada; que ninguna interfaz puede cambiar eso; que cualquiera que crea lo contrario es un imbécil; y que si no te gusta que escojan por ti, deberías empezar a elegir por ti mismo.


Neal Stephenson (1999). En el principio... fue
la línea de comandos.


En memoria de Dennis Ritchie.

martes, 7 de junio de 2011

De corderos y lobos

Alguien se preguntaba: ¿Es democrático que cuatro lobos y tres corderos voten qué se cena por la noche?

El lobo que se ha convertido en pastor (Gustave Doré)


La respuesta es obvia: Depende. ¿Eres lobo o cordero?

 

lunes, 23 de mayo de 2011

Miedo a la libertad


Había dejado de llover, pero nada hacía prever que las cívicas esperanzas del presidente llegaran a ser satisfactoriamente coronadas por el contenido de una urna en la que los votos, hasta ahora, apenas llegaban para alfombrar el fondo. Todos los presentes pensaban lo mismo, las elecciones eran ya un tremendo fracaso político. El tiempo pasaba. Las tres y medía de la tarde sonaban en el reloj de la torre cuando la esposa del secretario entró a votar. Marido y mujer se sonrieron el uno al otro con discreción, pero también con un toque sutil de indefinibles complicidades, una sonrisa que causó al presidente de la mesa una incómoda crispación interior, tal vez el dolor de la envidia al saber que nunca llegaría a ser parte de una sonrisa como aquélla. Todavía seguía doliéndole en un repliegue cualquiera de la carne, en un recoveco cualquiera del espíritu cuando, treinta minutos después, mirando el reloj, se preguntaba a sí mismo si la mujer habría acabado yendo al cine. Se va a presentar, si es que se presenta, a última hora, en el último minuto, pensó. Las maneras de conjurar el destino son muchas y casi todas vanas, y ésta, obligarse a pensar lo peor confiando en que suceda lo mejor, siendo de las más vulgares, podría ser una tentativa merecedora de consideración, pero no dará resultado en el caso presente porque de fuente digna de todo crédito sabemos que la mujer del presidente de la mesa ha ido al cine y que, por lo menos hasta este momento, no ha decidido si vendrá a votar. Felizmente, la ya otras veces invocada necesidad de equilibrio que ha sostenido el universo en sus carriles y a los planetas en sus trayectorias, determina que siempre que se quite algo de un lado se ponga en el otro algo que más o menos le corresponda, a poder ser de la misma calidad y en la misma proporción, a fin de que no se acumulen las quejas por diferencias de tratamiento. De otro modo no se comprendería por qué motivo, a las cuatro de la tarde, precisamente a una hora que no es ni mucho ni poco, que no es carne ni pescado, los electores que hasta entonces se habían quedado en la tranquilidad de sus hogares, ignorando ostensiblemente la obligación electoral, comenzaron a salir a la calle, la mayoría por sus propios medios, otros con la ayuda benemérita de bomberos y de voluntarios ya que los lugares donde vivían aún se encontraban inundados e intransitables, y todos, todos, los sanos y los enfermos, aquellos por su pie, éstos en sillas de ruedas, en camillas, en ambulancias, confluían hacia sus respectivos colegios electorales como ríos que no conocen otro camino que no sea el del mar. A las personas escépticas, o simplemente desconfiadas, esas que sólo están inclinadas a creer en los prodigios de los que esperan extraer algún provecho, deberá de parecerles que la arriba mencionada necesidad de equilibrio del universo está siendo descaradamente falseada en la presente circunstancia, que la artificiosa duda sobre si la mujer del presidente de la mesa vendrá o no a votar es, a todas luces, demasiado insignificante desde el punto de vista cósmico para que sea necesario compensarla, en una ciudad entre tantas del mundo terreno, con la movilización inesperada de miles y miles de personas de todas las edades y condiciones sociales que, sin haberse puesto previamente de acuerdo sobre sus diferencias políticas e ideológicas, han decidido, por fin, salir de casa para votar. Quien de esta manera argumente olvida que el universo tiene sus leyes, todas ellas extrañas a los contradictorios sueños y deseos de la humanidad, y en cuya formulación no tenemos más arte ni parte que las palabras con que burdamente las nombramos, y también que todo nos viene convenciendo de que las aplica en función de objetivos que trascienden y siempre trascenderán nuestra capacidad de entendimiento, y si, en este particular conjunto, la escandalosa desproporción entre algo que tal vez, por ahora sólo tal vez, acabe siendo robado a la urna, es decir, el voto de la supuestamente antipática esposa del presidente, y la marea alta de hombres y de mujeres que ya vienen de camino, nos parece difícil de aceptar a la luz de la más elemental justicia distributiva, pide la prudencia que durante algún tiempo suspendamos cualquier juicio definitivo y acompañemos con atención confiante el desarrollo de unos sucesos que apenas comienzan a delinearse. Precisamente lo que, arrebatados de entusiasmo profesional y de imparable ansiedad informativa, están ya haciendo los periodistas de radio, prensa y televisión, corriendo de un lado a otro, poniendo grabadoras y micrófonos ante la cara de las personas, preguntando Qué le ha hecho salir de casa a las cuatro para votar, no le parece increíble que todo el mundo haya bajado a la calle al mismo tiempo, oyendo respuestas secas o agresivas como Porque era la hora en que había decidido salir, Como ciudadanos libres, entramos y salimos a la hora que nos apetece, no tenemos que dar explicaciones a nadie sobre las razones de nuestros actos, Cuánto le pagan por hacer preguntas estúpidas, A quién le importa la hora en que salgo o no salgo de casa, En qué ley está escrito que tengo obligación de atender a su pregunta, Sólo hablo en presencia de mi abogado. También hubo algunas personas bien educadas que respondieron sin la reprensora acrimonia de los ejemplos que acabamos de dar, pero incluso ésas fueron incapaces de satisfacer la ávida curiosidad periodística, se limitaban a encogerse de hombros diciendo, Tengo el máximo respeto por su trabajo y nada me gustaría más que ayudarle a publicar una buena noticia, desgraciadamente sólo puedo decirle que miré el reloj, vi que eran las cuatro y le dije a la familia Vamos, es ahora o nunca, Ahora o nunca, por qué, Pues ahí está el quid de la cuestión, me salió así la frase, Piénselo bien, haga un esfuerzo, No merece la pena, pregúntele a otra persona, tal vez ella lo sepa, Ya le he preguntado a cincuenta, Y qué, Ninguna me ha sabido dar respuesta, Pues ya ve, Pero no le parece una extraña coincidencia que hayan salido miles de personas de sus casas a la misma hora para ir a votar, Coincidencia, desde luego, pero extraña quizá no, Por qué, Ah, eso no lo sé. Los comentaristas que en las diversas televisiones seguían el proceso electoral, ofreciendo pálpitos ante la falta de datos ciertos de apreciación, infiriendo del vuelo y del canto de las aves la voluntad de los dioses, lamentando que ya no esté autorizado el sacrificio de animales para en sus vísceras descifrar los decretos del cronos y del hado, despertaron súbitamente del torpor en que las perspectivas más que sombrías del escrutinio los habían hecho zozobrar y, ciertamente porque les parecía indigno de su educativa misión desperdiciar tiempo discutiendo coincidencias, se lanzaron como lobos sobre el extraordinario ejemplo de civismo que la población de la capital estaba dando a todo el país en aquel momento, acudiendo en masa a las urnas cuando el fantasma de una abstención sin paralelo en la historia de nuestra democracia amenazaba gravemente la estabilidad no sólo del régimen, sino también, mucho más grave, del sistema. No iba tan lejos en temores la nota oficiosa emanada del ministerio del interior, pero el alivio del gobierno era patente en cada línea. En cuanto a los tres partidos en lista, el de la derecha, el del medio y el de la izquierda, ésos, después de echar cuentas rápidas de las ganancias y pérdidas que resultarían de tan inesperado movimiento de ciudadanos, hicieron públicas declaraciones de congratulación en las cuales, entre otras lindezas estilísticas del mismo jaez, se afirmaba que la democracia estaba de enhorabuena. También en términos semejantes, punto más, coma menos, se expresaron, con la bandera nacional izada detrás, primero, el jefe de estado en su palacio, después el primer ministro en su palacete. A la puerta de los lugares de voto, las filas de electores, de tres en fondo, daban la vuelta a la manzana hasta perderse de vista.
Como los demás presidentes de mesa de la ciudad, este de la asamblea electoral número catorce tenía clara conciencia de que estaba viviendo un momento histórico único. Cuando ya iba la noche muy avanzada, después de que el ministerio del interior hubiera prorrogado dos horas el término de la votación, periodo al que fue necesario añadirle media hora más para que los electores que se apiñaban dentro del edificio pudiesen ejercer su derecho de voto, cuando por fin los miembros de la mesa y los interventores de los partidos, extenuados y hambrientos, se encontraron delante de la montaña de papeletas que habían sido extraídas de las dos urnas, la segunda requerida de urgencia al ministerio, la grandiosidad de la tarea que tenían por delante los hizo estremecerse de una emoción que no dudaremos en llamar épica, o heroica, como si los manes de la patria, redivivos, se hubiesen mágicamente materializado en aquellos papeles. Uno de esos papeles era el de la mujer del presidente. Vino conducida por un impulso que la obligó a salir del cine, pasó horas en una fila que avanzaba con la lentitud del caracol, y cuando finalmente se encontró frente al marido, cuando oyó pronunciar su nombre, sintió en el corazón algo que tal vez fuese la sombra de una felicidad antigua, nada más que la sombra, pero, aun así, pensó que sólo por eso había merecido la pena venir aquí. Pasaba de la medianoche cuando el escrutinio terminó. Los votos válidos no llegaban al veinticinco por ciento, distribuidos entre el partido de la derecha, trece por ciento, partido del medio, nueve por ciento, y partido de la izquierda, dos y medio por ciento. Poquísimos los votos nulos, poquísimas las abstenciones. Todos los otros, más del setenta por ciento de la totalidad, estaban en blanco.

José Saramago (2004). Ensayo sobre la lucidez.

miércoles, 18 de mayo de 2011

Las autoridades advierten

La petición del voto responsable puede afectar a la campaña electoral y a la libertad del derecho de los ciudadanos al ejercicio del voto.

jueves, 10 de marzo de 2011

Virtud

     Oliver respiró profundamente, se volvió e hizo una inclinación de despedida. Gersónides le correspondió con un movimiento de cabeza y entonces se le ocurrió algo.
     - Ese manuscrito que me diste, el del obispo. Afirma que la comprensión es más importante que el movimiento. La acción es virtuosa únicamente si refleja la pura comprensión, y la virtud proviene de la comprensión, no de la acción.
    Oliver frunció el ceño.
    - ¿Y que hay con ello?
    - Querido muchacho, debo decirte un secreto.
     - ¿Cual?
     - Creo que eso es un error.



Iain Pears (2002). El sueño de Escipión.

sábado, 19 de febrero de 2011

Silencios

Autor desconocido


Deberíamos nacer esclavos para luchar por la libertad. Sin embargo nacemos libres y vamos perdiéndola día a día, calladamente, sin rechistar.

Teodoro Cuesta 2010 (δ)

viernes, 18 de febrero de 2011

Bótales.ya


 Foto: wiki.nolesvotes.org/wiki/Material_gráfico


Utopías

Foto: Teodoro Cuesta


Cuenta Eduardo Galeano que estaba con un amigo suyo, Fernando Birri, cineasta latinoamericano, que estaban junto con estudiantes, en Cartagena de Indias, en Colombia, y que un estudiante le preguntó a Fernando que para qué servía la utopía. Y Fernando Birri después de tomarse unos segundos en silencio, comentó: “¿para qué sirve la utopía?, esta es una pregunta que yo me hago todos los días, yo también me pregunto para qué sirve la utopía. Y suelo pensar que la utopía está en el horizonte y entonces si yo ando diez pasos la utopía se aleja diez pasos, y si yo ando veinte pasos la utopía se coloca veinte pasos más allá; por mucho que yo camine nunca, nunca la alcanzaré. Entonces, ¿para qué sirve la utopía? Para eso, para caminar.

jueves, 27 de enero de 2011

Si la ciudadanía se reapropia de las aceras y las calles, la seguridad vendrá por añadidura

 Entrevista publicada en Público el 23 de enero de 2010. Léala mejor en su edición original.

María Naredo es jurista. Especializada en género y derechos humanos, fue responsable hasta 2006 del Área de Mujeres de Amnistía Internacional. Ha publicado diferentes trabajos sobre pobreza, criminalización y cárcel. En los últimos años ha realizado varias investigaciones sobre alternativas al concepto actual de seguridad.

Según estadísticas recientes, los índices de criminalidad en España bajan. Sin embargo, la percepción subjetiva de inseguridad aumenta y justifica políticas cada vez más represivas. Algo no cuadra.

¿Cuál es tu relación personal con la cuestión de la seguridad y el espacio urbano?

Yo estudié Derecho y al acabar la carrera pasé un año en Bolonia (Italia). Ese año trastocó todos mis conocimientos aprendidos sobre el tema. En concreto me puso en contacto, no sólo con el uso y la finalidad del Derecho como herramienta de poder y mantenimiento del statu quo, sino también con experiencias políticas de seguridad urbana contrarias a las hegemónicas, ensayos de repensar la seguridad urbana. Contacté con un grupo de gente llamado “Bolonia, citta aperta” que hacían una serie de cursos, dirigidos a ayuntamientos y a personas que trabajaban en los municipios, tratando de repensar y replantear todo el tema de la seguridad en las ciudades. Luego, con el tiempo, he desarrollado un criterio diferente al que esta gente ensayaba, pero las bases del tema de la seguridad y mi inquietud por él aparecieron allí en Bolonia hace ahora 11 o 12 años. En el año 96, muchas ciudades italianas tenían administración comunista (por ejemplo, Bolonia) y esos ensayos de otra seguridad trataban de conjugar la convivencia, los intereses de distintos sectores urbanos, el espacio público como foro de encuentro y la reivindicación de una ciudad europea frente a las ciudades-modelo más anglosajonas, estadounidenses. Se ensayaban por ejemplo espacios de mediación grupal entre comerciantes, vecinos de una zona y mujeres que se prostituían y necesitaban estar en esos lugares. Todo esto me pareció muy interesante y a la vuelta continué leyendo, investigando y oriéntandome por ahí.

¿Por qué no te satisface el modelo actual de seguridad?

Porque su concepto de seguridad es un embudo muy estrecho que define simplemente la inseguridad como sinónimo de criminalidad callejera, especialmente criminalidad contra la propiedad. Este concepto de inseguridad se convierte en una especie de embudo que deja afuera muchas otras dimensiones del problema. No es una definición gratuita, tiene sus porqués y sus para qués. Presenta la sensación de inseguridad como única, cuando es una experiencia múltiple, diversa. Permite canalizar un malestar social más complejo como simple miedo a la criminalidad, evitando así el cuestionamiento de las relaciones de poder (económicas, políticas, de género, etc.) que lo provocan. Justifica una política cada vez más represora frente a los grupos excluidos, señalados como chivos expiatorios y el mal de todos los males. Y legitima finalmente la restricción de libertades y derechos ciudadanos en nombre de ese combate contra el crimen.

¿Qué queda fuera del embudo?

Muchísimas cosas. Por ejemplo, las fuentes de inseguridad de las mujeres discurren por otros cauces. La dicotomía entre “espacio público inseguro” y “espacio privado seguro” se tambalea por todos los lados, porque donde mayor inseguridad encuentran las mujeres es en sus relaciones íntimas. La percepción de inseguridad tiene mucho que ver con la socialización. En esta sociedad patriarcal a las mujeres se nos ha educado para estar muy alerta frente a peligros difusos (el descampado, el violador anónimo en el espacio público, etc.) y muy poco alerta ante las relaciones nocivas con los más íntimos. Pero si en lugar de aprender a cuidarse de unas relaciones desiguales en el espacio privado (laboral o doméstico), aprendes sólo a temer al desconocido que te va a atracar y violar por la calle, las relaciones de poder continuan en su engranaje absolutamente bien engrasado. Eduardo Galeano escribía que “uno de los miedos de nuestros tiempo es el miedo del hombre a la mujer sin miedo”. El miedo sirve para buscar hombres protectores que son al final la fuente de mayor opresión para las mujeres.

¿Quién ejerce esta seguridad?

En el modelo hegemónico de seguridad la función protectora se ha delegado a estrategias e instancias formales que ya en su origen no fueron creadas para garantizar seguridad, sino más bien para producir disciplina. Hemos pasado de confiar en nuestro entorno más cercano, en la solidaridad y el apoyo mutuo, en el control informal del vecindario y las calles transitadas, a tener como referentes únicos de seguridad a la policía y los juzgados. Cuanto más solos nos sentimos, más acudimos a instancias que no pueden garantizarnos la seguridad porque no están realmente creadas para eso. Las instancias represivas pueden en todo caso gestionar algunas situaciones extremas, no procurar nuestra seguridad cotidiana. El modelo hegemónico funciona en espiral: a mayor percepción de inseguridad, más represión, y a mayor represión, más sensación de inseguridad. Recuerdo a mujeres comentar, en algunos momentos donde la presencia polical se ha hecho masiva en el barrio de Lavapiés: “el barrio está cada vez más inseguro”. Porque si hay tanta presencia policial por algo será, ¿no? La relación entre las estrategias policiales y la producción del propio miedo es una espiral. Eso sucede también en las viviendas. Hoy parece que quien no tiene portero con cámara está ya completamente desasistido. Todas estas estrategias -urbanísticas, policiales y del propio mercado de la seguridad- crean todavía mayor inseguridad y más necesidad de ir a buscar cada vez más lejos la protección.

¿Por qué crees que ha pasado esto? ¿Por qué hemos dejado de confiar en el tejido social y sólo nos sentimos protegidos por la policía?

Cada vez nos es más difícil encontrar las raíces de nuestros propios miedos. Nuestros miedos difusos están cada vez más desordenados. Hay toda una maquinaria mediática y de poder que se encarga de desordenarnos en ese sentido. También cómo está concebida la vida en la ciudad -los nuevos barrios, la zonificación (trabajo en una parte de la ciudad, compro en otra, me divierto en otra, me relaciono en mi casa, me muevo en automóvil)-, esa forma de vida nos desarraiga de las relaciones de vecindad y de confianza en el otro más cercano. Esto nos hace más vulnerables a esos miedos que nos invaden por la vía de los medios de comunicación. Pienso que una de las claves de resistencia es retomar la vida de vecindario, reapropiarnos de los espacios públicos y construir desde ahí redes de autocuidados entre la ciudadanía, aunque efectivamente las políticas municipales de esterilización y desinfección de los espacios públicos nos lo pongan cada vez más difícil. Como decía Jane Jacobs, “los propietarios de las aceras deben seguir siendo las ciudadanas y ciudadanos”. Ni las cámaras de vigilancia, ni la policía, sino la ciudadanía que transita el espacio y lo hace seguro. Pero si abandonamos eso, pasará lo que ya pasa en muchos barrios donde la gente vive atrincherada en sus domicilios. Más que hablar de espacios seguros e inseguros -la seguridad y la inseguridad pueden ser más bien un continuo-, me parece más interesante hablar de relaciones seguras o inseguras. Cuanto más nos relacionemos desde claves de cooperación y respeto mutuo, más estaremos en disposición de vivir una vida más segura en todas partes. Las políticas de seguridad hegemónicas no son muy democráticas: se dirigen a proteger a un ciudadano-tipo (masculino, propietario, etc.), pero no se han elaborado a partir de lo que la gente piensa o siente. Todo viene de arriba a abajo. Por eso creo que la salida es la reapropiación de la calle y la expresión pública de lo que nos hace seguros o inseguros.

¿Qué tipo de efectos produce el modelo hegemónico de seguridad? ¿Es un simple placebo?

La gente necesita expresar las inseguridades vitales y sociales. Vivimos en un momento de mucha inseguridad estructural (precariedad en el empleo, etc.). El modelo hegemónico de seguridad lo que ofrece es una manera de canalizarla a través de un chivo expiatorio (el inmigrante, etc.) y un lenguaje simplista que clasifica lo social en bueno/malo, blanco/negro. Son políticas instrumentales, políticas-biombo que canalizan los malestares y ocultan otras vías de elaboración más molestas para el poder, para el sistema. El nivel al que se está llegando en la construcción de un chivo expiatorio hace que la indignación que puede producirnos la vulneración de los derechos de los excluidos quede bajo mínimos. ¿A quién ha convocado la protesta contra la nueva ley de extranjería que recorta derechos de modo lamentable a una buena parte de la población? A muy poca gente, porque los afectados son “los otros”, el “enemigo interno” que viene a quitarme el empleo, a atracarme y a violar a mis mujeres. Si no hacemos nada para evitarlo, esta espiral se irá recrudeciendo: porque cuanto más malestar necesitemos expresar, más necesidad habrá de un chivo expiatorio y de castigos ejemplares a ese chivo expiatorio.

¿Seguridad y libertad son valores antagónicos?

En el modelo hegemónico, sí. Concibe la seguridad como un derecho “contra”: mi seguridad contra tu libertad, mi seguridad contra mi propia libertad, mi seguridad contra la seguridad de otros ciudadanos definidos como “peligrosos”. Porque, ¿quién se ocupa de la seguridad de las prostitutas de la calle Montera? ¿Quién se ocupa de la seguridad del que va a comprar droga a un poblado marginal porque en el centro ya no se puede encontrar? Pero realmente, la seguridad entendida como securitas, es decir, como cuidado de sí, no sólo no es contraria a la libertad, sino que está ligada a ella. Una ciudad segura es una ciudad donde el tránsito es libre, donde podemos expresarnos, donde no existen relaciones de opresión, etc. Empezando por la libertad y la seguridad de las mujeres. Si hay dos franjas de población que podrían hablar de manera muy diferenciada de sus necesidades de seguridad son los hombres y las mujeres, aunque hay muchos hombres que por su edad y su condición tienen necesidades de seguridad muy parecidas a las de las mujeres (los hombres mayores, los niños, los hombres con algún problema de movilidad…). Pero hablando en general existe esa diferencia.

¿Qué tipo de ciudad construye este modelo hegemónico de seguridad?

Construye una seguridad más virtual que real en una ciudad disciplinada, en la cual los espacios públicos son referente de inseguridad porque son lugares de encuentro entre ciudadanía potencialmente diversa. Por tanto se conciben como espacios de circulación y no de relación. Construye una ciudad donde hay “islotes de seguridad”: zonas defendibles, urbanizaciones que viven hacia dentro, centros comeciales tipo panóptico, etc. Islotes de seguridad en un espacio bastante esterilizado, poco dado a la confluencia de personas, al encuentro espontáneo entre personas…

¿Lo que se teme es la relación?

La relación entre desconocidos en el espacio público. En la experiencia de las mujeres hay relaciones muy peligrosas, pero suelen ser entre conocidos y en espacio privado: laboral o doméstico. Sin embargo, este sistema ha tomado más la experiencia masculina que dice que la inseguridad viene más bien del encuentro entre desconocidos en el espacio público. No sólo la experiencia masculina, sino la experiencia masculina de un hombre de clase media, motorizado por lo general, propietario…

¿Dices que ese modelo hegemónico de seguridad se puede calificar de masculino?

Digo que es un modelo que encaja más con las fuentes de inseguridad masculinas que con las femeninas. Las fuentes de inseguridad de las mujeres son más diversas, como también lo es su uso de la ciudad. En general los hombres hacen un uso más pendular de la ciudad (casa-trabajo-centro comercial), mientras que las mujeres nos movemos por la ciudad de modo más reticular, precisamente porque la vida nos hace desempeñar tareas más complejas (de cuidados, en el trabajo, el ocio…). Concebir la seguridad asociada estrechamente a la criminalidad callejera contra la propiedad, obviando otras fuentes de inseguridad, encaja más con el estilo de vida masculino de un determinado, como ya digo, tipo de hombre: clase media, propietario que tiene que defender su propiedad, etc. Por supuesto hay hombres que tienen otras necesidades de seguridad, pero que son excluidos de ese modelo hegemónico.

En la última novela de Isaac Rosa, que trata la cuestión del miedo, el protagonista es uno de esos ciudadanos-tipos de que hablas (hombre, clase media, propietario…). Sin embargo, tiene dentro todos los miedos imaginables. ¿Crees que el modelo hegemónico de seguridad protege siquiera a quien dice proteger?

Yo diría que el modelo hegemónico de seguridad trata de inocular ese miedo. Este modelo no tendría justificación sin el miedo. El miedo del ciudadano es el ingrediente básico que le da sentido. Como dice un amigo, no hay sociedad más disciplinada que la que tiene miedo y está hipotecada. Ciudadanos con hipoteca y con miedo son ciudadanos más fáciles de gobernar. La novela de Isaac Rosa muestra muy bien lo potente de lo simbólico de las políticas de seguridad, qué bien les viene el miedo, la búsqueda de chivos expiatorios… Incluso gente como el protagonista de la novela, más o menos de izquierdas, sienten en su fuero interno un rechazo a esos sectores excluidos porque son “el otro” queramos o no queramos.

Además, estos ciudadanos-tipo, hombres de clase media, etc., son también más victimizados en el espacio público que las mujeres. ¿Qué sucede? Las mujeres aprendemos muy pronto a auto-protegernos, a no transitar por determinados lugares. Los hombres van más seguros y eso les hace enfrentarse más a menudo objetivamente con el peligro. Las mujeres mamamos todas esas medidas de auto-protección. Pero eso no es inocuo, sino que tiene un gran coste para nuestra libertad de tránsito por la ciudad, nuestra auto-confianza y la confianza en las personas desconocidas. Nos han enseñado que hay que temer muchas más cosas, que tienes que defenderte de muchas más cosas en el espacio público. El cuento de Caperucita es un cuento escrito para mujeres, todo eso se transmite de generación en generación.

¿Tememos a cualquiera, un peligro que viene de cualquiera, o a “grupos-riesgo” determinados?

El trabajo depurado del modelo hegemónico de seguridad es canalizar nuestros miedos difusos hacia determinados colectivos bien visibles y diferenciados, unas determinadas acciones, etc. Las diferencias no sólo se dan entre la población autóctona y la migrante, sino también entre los diferentes colectivos migrantes. Esas inseguridades que no logramos canalizar por otros lados se canalizan ahí. El círculo se cierra bastante bien. Es más una espiral que un círculo: cuanto más malestar, más política represiva “contra” reclamo o tolero o justifico, pero todo ello me hace estar más alerta. En realidad no se ofrece verdaderamente una solución, porque se necesita el miedo como caldo de cultivo. ¿Y para qué sirve todo esto? Para mantener el statu quo, las relaciones de poder de género, de clase y de etnia: control migratorio policial, control de los barrios, imposición de nuevas fromas de vida urbana que sin ese miedo serían tan aburridas que la ciudadanía las rechazaría… Hay que vivir con mucho miedo para querer vivir en un búnker.

Hablas de inventar otra seguridad, una seguridad que llamas “relacional”, ¿qué significa esto?

Frente al espacio público esterilizado, frente a las políticas represivas y de exclusión social, frente a la seguridad de arriba a abajo, hay que oponer una seguridad basada en el encuentro, la relación y el diálogo. Se trata de pensar la seguridad, no como un derecho “contra”, sino como un gran pacto de convivencia entre los diferentes “cuidados de sí” de una ciudadanía múltiple y diversa. Un pacto donde una parte de la ciudadanía no imponga a otra sus necesidades de seguridad o le eche a la cara sus miedos, sino mediante el que sea posible encontrarse, hablar de los miedos, poder bucear en nuestras realidades hasta llegar a las raíces reales de nuestro malestar e inseguridad, plantearnos qué es lo que me resulta agresivo u opresivo del otro, empezando por las relaciones personales y siguiendo por las relaciones más grupales, pero a partir del cuestionamiento de las relaciones de género, laborales, de uso del espacio público, etc. Otra seguridad pasa por saber, por tener la confianza de que si te pasa cualquier cosa en la calle, está el tendero de la esquina, la vecina del quinto o el del bar de abajo, que siempre hay gente cerca con la que puedo contar. Si la ciudadanía se reapropia de las aceras y las calles, la seguridad vendrá por añadidura. Pero si las abandonamos a la policía y las cámaras de seguridad, ocurrirá lo que ya pasa en muchos barrios donde la gente vive atrincherada en sus domicilios.

¿Hay experiencias concretas que den ejemplo de esta otra seguridad?

Hace ya años, desde la década de los 90, a partir de experiencias en municipios canadienses, se empezó a trabajar lo que se llama “mapas de inseguridad desde el punto de vista de las mujeres”. En los municipios vascos se está elaborando un “mapa de la ciudad prohibida”. Las mujeres hablan sobre sus miedos, sus modos de circular por la ciudad, sus formas de relacionarse. Ya no es un policía quien define mi miedo, sino que tengo que decirlo yo y además hablarlo con mis vecinas. Al mismo tiempo se realizan “caminatas” colectivas de reencuentro y reapropiación de espacios públicos normalmente vedados a las mujeres por razones varias (su situación objetiva, razones culturales…). Todo esto parte del convencimiento de algunas organizaciones de mujeres de que el espacio público no es vivido de la misma manera por mujeres y hombres, porque en muchos casos las mujeres tienen miedos difusos que, sumados a las experiencias de auto-protección aprendidas desde la infancia, hacen que no transitemos libremente por el espacio público (aunque por otro lado hacen que tengamos un radar más sensible hacia espacios desagradables, mal cuidados, mal iluminados, etc.).

Hay una parte muy interesante en estas iniciativas, que es la participación directa de la ciudadanía en la definición colectiva de sus miedos y formas de seguridad. Hay otras partes que no me convencen tanto, como lo que se llama “prevención situacional”: pensar que por poner dos farolas en una calle, el tema de la seguridad está resuelto. Hay quien plantea este tipo de mapas como maneras de detectar espacios hostiles, entonces se pone algún artilugio en ellas y punto. Un ejemplo de cómo se pueden pervertir estas iniciativas es el mapa de la seguridad de Madrid. Plantea, a partir de estrategias concebidas en despachos por arquitectas, funcionarios de la administración y policía municipal, talar por ejemplo determinados árboles porque podían ser focos de inseguridad, iluminar mejor una calle, etc. No se va a la raíz, sino a esterilizar el espacio. Se piensa revitalizar los centros de las ciudades, el comercio tradicional o el pequeño comercio. Políticas de mezcla de usos se llaman. Vale, muy bien. No hay nada más inseguro que una calle vacía. Pero todo esto, ¿a costa de quién? Las mujeres que se prostituían en la calle Montera han llegado expulsadas a zonas como los polígonos de Villaverde, Fuanlabrada, etc. Allí no las molesta la policía, pero ahora están más desprotegidas, son más vulnerables a la agresión de un chulo, de un cliente. En la “prevención situacional” prima lo estético: mejor ocultar algunas cosas aunque sea en detrimento de la seguridad de estas mujeres.

Pienso que la mejor solución pasa porque la gente se reapropie de los espacios, los repiense, exprese qué siente seguro o inseguro, lo comparta con otros, etc. En Italia se han lanzado también iniciativas de mediación inter-grupal: procesos para pensar cómo se plantea el espacio de tal manera que ningún grupo se sintiese excluido.

¿Qué piensas de esas iniciativas de mediación, que parten muchas veces de las instituciones? ¿Son algo más que parches?

Todo lo que tenga que ver con crear puentes de diálogo añade complejidad y eso me parece bien. Es más complejo dialogar que excluir e imponer. Es verdad que cuando existe una cultura, alimentada desde lo institucional, de racismo, xenofobia, miedo al otro, es muy difícil que luego se establezca una figura de mediación inter-grupal que sea recibida con los brazos abiertos y que todo fluya como la seda. Las políticas y los mensajes institucionales van por un lado y por otro van estas pequeñas iniciativas casi marginales que son las que habría que potenciar. Cuando la centralidad de las políticas lleva un enfoque excluyente, que incluso se podría calificar de “xenofobia institucional”, ¿cómo entender luego esas otras figuras? Pueden ser un simple escaparate (“mira lo modernos que somos y lo que estamos haciendo por la integración en el barrio”), o bien funcionar como simple válvula de escape de conflictos vecinales muy explosivos. Eso es cierto. La alternativa desde mi punto de vista pasaría por un replanteamiento muy de raíz que tome la relación con el otro como algo fundamental, no como algo que no tiene remedio pero que ojalá no se diera. Todo esto supondría delegar mucho menos en las estrategias de control formal (policía, juzgados, etc.), que deberían estar ahí sólo para gestionar situaciones extremas. Pero esas otras inseguridades de las que hemos hablado deberían elaborarse desde la cercanía, la participación, la relación, etc. Así desentrañaríamos esas raíces más profundas.

Los miedos de los que hablas, ¿son virtuales o tienen una base real?

Yo no digo que esos miedos no tengan una base real, que no tengan que ver por ejemplo con el hecho de tener que compatibilizar de pronto el uso del espacio público con un grupo de ciudadanos que ha venido nuevo y que a mí me resulta hostil. Yo no digo que eso no sea realidad en muchos barrios. Pero creo que la virtualidad empieza cuando los medios de comunicación o determinadas políticas me hacen ver a ese vecino nuevo como un potencial delincuente. A lo mejor alguno lo será, pero no todos. Sin embargo, lo virtual es que yo represento en mi imaginario a ese grupo de personas como un colectivo que me va a hacer mal. Ahí está la desconexión con lo real y ahí es donde habría que trabajar. Evidentemente los problemas están y cuanto más complejo es un vecindario, más problemas de relación tiene, pero también más riqueza. Reducir esa complejidad mediante fórmulas simples que dividen la ciudadanía en buenos y malos, los que tienen derecho a ocupar el espacio público y los que no… Precisamente porque hay complejidad, muchas más instancias deberían ser convocadas a la participación, no sólo la policía, como ocurre en el modelo hegemónico de seguridad. También figuras vecinales, organizaciones, ciudadanía en general, comerciantes… Una dinamización espontánea del espacio público daría mucha más seguridad al barrio que las políticas de control maquilladas con alguna figura de dinamizador cultural con un margen estrechísimo de maniobra. Si la ciudadanía se hace propietaria de las aceras y las calles, la seguridad vendrá por añadidura.

¿Qué piensas de medidas como la de los taxis rosas?

Los taxis rosas son una iniciativa italiana que se ha extendido. Me recuerda a la iniciativa de Ciudad de Méjico de separar los vagones de metro para hombres y mujeres. Luego la copió Japón. Esas intervenciones pueden servir para poner de relieve que la seguridad de las mujeres pasa por la ausencia de violencia masculina. Según varios estudios, el referente de inseguridad de la mujer siempre es un hombre. En el espacio público y en el privado, claro. Los hombres también citan a otros hombres como referentes de inseguridad. Esas medidas que citas son -o deberían ser- coyunturales, forzadas, pero pueden poner de relieve y visibilizar de modo atroz una realidad: las mujeres se enfrentan en el espacio público a violencias masculinas en mucha proporción y los transportes públicos son algunos de los focos de violencia masculina más intensos. Si esas medidas sirven para visibilizar esto, bienvenidas sean. Pero debería profundizarse bastante más: ir a causas, a raíces, a esas socializaciones de las mujeres que decíamos que nos llevan a confiar y desconfiar en la persona equivocada.

lunes, 17 de enero de 2011

Quieting

Some days the woods are silent
with nothing to tell me,
minding their way, breathing their own breath
and some days they let me through the veil
there's an opening
and inside I go
inspirited
an elning
that's when the shadows cover the light
in deep browns
and golds make a path through the mosses

now the leaves are falling with the rain
so much golden stands of cottonwood
and birch has shimmered this week
so much cedar is gathering on the ground
and fir and cones
twigs

this woodland soil is even dry
these large living trees are
wondering about us
becoming very quiet

I would like to bound and leap
I would like to lift up my voice
I would like to come alive
but I am slowing with the sun
and waning like a moon
and quieting with the sap of the birch

Lydia McCauley

domingo, 9 de enero de 2011

Sueños

Me han traído recuerdos de un clásico muy querido, leído en circunstancias y lugar ajenos a lo habitual que lo hacen doblemente inolvidable. Obra breve pero inmensa... y actual, como nos recuerda un tal Señor de la Vega, cuya visión es más diestra que la de este mero copiador. Aquí va:

Yo imagino una puesta en escena del mismo, en la tribuna de la sede de Naciones Unidas. Transmitiendo en directo al mundo, y delante de los desvergonzados dirigentes que nos dirigen... alguno de los soliloquios más bellos de Segismundo (también del mundo), en voz, por ejemplo un niño sudanés de Darfour:

¡Ay mísero de mí, y ay infelice!
Apurar, cielos, pretendo,
ya que me tratáis así,
qué delito cometí
contra vosotros naciendo.
Aunque si nací, ya entiendo
qué delito he cometido;
bastante causa ha tenido
vuestra justicia y rigor,
pues el delito mayor
del hombre es haber nacido.
Sólo quisiera saber
para apurar mis desvelos
—dejando a una parte, cielos,
el delito del nacer—,
¿qué más os pude ofender,
para castigarme más?
¿No nacieron los demás?
Pues si los demás nacieron,
¿qué privilegios tuvieron
que no yo gocé jamás?